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sábado, 29 de enero de 2011

DE pesca

Amanece en el valle de la desesperanza y la comida para sus habitante tiene el mismo sabor de hace un mes, indiferencia. Los abuelos comprenden que el fin ha llegado pues sus huesos se cuentan de uno en uno, de par en par o por el simple hecho de voltearlos a mirar.
Los niños, si se les puede decir así, aquellos pellejos que envuelven otras humanidades nefastas ya no tienen que llorar, el agua salada que suele correr por aquellas mejillas y en aquella edad, dejó de rodar, solo una espesa marca salitre se refleja entre las pestañas. Los chillidos interminables vuelven loco a cualquiera, pues en esta edad también es posible desarrollar gastritis y ulceras intestinales  que agrietan la voluntad y la paciencia.
Las madres, aquellas que paren y paren no saben qué mas hacer, solo servir de objeto sexual para los señores de la guerra, que aunque se comunican en otra lengua, pagan bien, o, al menos es lo que hacen creer.
Los maridos y hermanos ya no están… fueron a pescar…  de seguro que no regresarán.

Camilo Guzmán Forigua

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